sábado, noviembre 11, 2006

Los menos malos

Esta semana en el comienzo de la jornada del viernes pasó algo no poco común para ese momento. En viaje en uno de los tantos colectivos que circulan por la Capital Federal, colgado del estribo de la puerta delantera, un hombre de unos aproximados 40 años le hurtaba el teléfono celular a una joven mujer que apenas superaría los veintitantos.
Ninguno de los presentes, ni la propia víctima, tuvimos una reacción en pos de detener la huída del ladrón. Ni un grito, ni una corrida, ni nada. Solamente los clásicos gestos y muecas de curiosidad e indignación.
Curiosidad que muchas veces se transforma en morbo cuando queremos ver o estar en las situaciones que son siempre poco felices o indeseables, pero ser partes de la primicia nos resulta una fascinación difícil de rechazar. E indignación, como sensación de impotencia, de bronca.
Uno o dos minutos más tarde, el viaje había vuelto a la normalidad. Los pasajeros se iban renovando, algunos subían, otros bajaban. Aunque seguramente muchos habrán seguido con el pensamiento del reciente suceso en la cabeza.
En mi caso, por ejemplo, la indignación fue haciéndose más débil que al comienzo. Imaginé que tal vez en ese momento el carterista se encontraba en una situación muy complicada, que se podría ver desesperado, que no encontraba la manera digna de ganarse la vida, y que lamentablemente no tenía más opción que el método que había utilizado.
Parado entonces en este supuesto, me propuse avanzar un poquito más. Y también pensé que es más indignante e indigna, la persona que opta por salir a robar con la ayuda de un arma (blanca o de fuego), o la que actúa mediante la toma de rehenes, o simplemente mediante el uso de la fuerza para sacar provecho de un robo. Métodos éstos que siempre le hacen pasar a la víctima momentos de angustiante incertidumbre y pánico, y por lo tanto, mucho menos deseables que los que practica el punga o carterista. Poco a poco, el villano de la película se iba transformando para mí en poco menos que un militante de la paz en el mundo.
No se trata este post, hacer un juicio moral ni tampoco una defensa del acto de un simple ladrón de celulares.
Todo lo que escribí hasta acá fue solamente una parte de mis reflexiones para concluir que tristemente por estos tiempos, nos hemos acostumbrado a optar por los menos malos. A la hora de elegir nos cuesta (o nos resulta imposible) hacerlo con convicciones, tomando una posición o un partido por alguien o algo. Sea lo que fuere que se trate. Candidatos políticos, periodistas, equipos de fútbol, programas de televisión.
Tal vez sea una de las tantas características de la posmodernidad: quedarse con los menos malos.

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